ACTO PRIMERO
ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DE ESTA
COMEDIA
Entrando Calisto en una huerta en
pos de un halcón suyo, halló allí a Melibea, de cuyo amor preso, coménzole de
hablar. De la cual rigorosamente despedido, fue para su casa muy angustiado.
Habló con un criado suyo llamado Sempronio, el cual, después de muchas razones,
le enderezó a una vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mismo criado
una enamorada llamada Elicia. La cual, viniendo Sempronio a casa de Celestina
con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al cual
escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto
está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El cual razonamiento
dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conocido
de Celestina, la cual mucho le dice de los hechos y conocimiento de su madre, induciéndole
a amor y concordia de Sempronio.
PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.
CALISTO.- En esto veo, Melibea,
la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura
que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mí, inmérito, tanta merced
que verte alcanzase y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte
pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio,
devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido, ni
otro poder mi voluntad humana puede cumplir. ¿Quién vio en esta vida cuerpo
glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto los gloriosos
santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en el
acatamiento tuyo. Más ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente
se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo me alegro con
recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes
esto, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto en
verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo
tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues aun más igual
galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas
orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA.- Mas desaventuradas de
que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco
atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido de ingenio de tal hombre
como tú. ¿Haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo?
¡Vete! ¡Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido
en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.- Iré como aquel contra
quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.
* * *
CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio,
Sempronio! ¿Dónde está este maldito?
SEMPRONIO.- Aquí soy, señor,
curando de estos caballos.
CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la
sala?
SEMPRONIO.- Abatiose el gerifalte
y vínele a enderezar en el alcándara.
CALISTO.- ¡Así los diablos te
ganen! ¡Así por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intolerable tormento
consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada muerte
que espero traspasa. ¡Anda, anda, malvado! Abre la cámara y endereza la cama.
SEMPRONIO.- Señor, luego hecho
es.
CALISTO.- Cierra la ventana y
deja la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis
pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella
que deseada a los afligidos viene! ¡Oh! si vinieseis ahora, Hipócrates y
Galeno, médicos, ¿sentiríais mi mal? ¡Oh, piedad de silencio, inspira en el
Plebérico corazón, porque sin esperanza de salud no envíe el espíritu perdido
con el desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!
SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?
CALISTO.- ¡Vete de ahí! No me
hables; si no, quizá ante del tiempo de mi rabiosa muerte mis manos causarán tu arrebatado fin.
SEMPRONIO.- Iré, pues solo
quieres padecer tu mal.
CALISTO.- ¡Ve con el diablo!
SEMPRONIO.- No creo, según pienso,
ir conmigo el que contigo queda. ¡Oh desventura!
¡Oh súbito mal! ¿Cuál fue tan
contrario acontecimiento que así tan presto robó el alegría de este hombre y,
lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dejarle he solo o entraré allá? Si le
dejo, matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que
muera aquel a quien es enojosa la vida que no yo que huelgo con ella. Aunque
por al no desease vivir sino por ver mi Elicia, me debería guardar de peligros.
Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida.
Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es
señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dejar un poco que desbrave,
madure: que oído he decir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras,
porque más se enconan. Esté un poco. Dejemos llorar al que dolor tiene. Que las
lágrimas y suspiros mucho desenconan el corazón dolorido. Y aun, si delante me
tiene, más conmigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reverberar. La
vista, a quien objeto no se antepone, cansa. Y cuando aquél es cerca, agúzase.
Por eso quiérome sufrir un poco. Si entretanto se matare, muera. Quizá con algo
me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Aunque malo es
esperar salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Y si muere, matarme
han y irán allá la soga y el calderón. Por otra parte dicen los sabios que es
grande descanso a los afligidos tener con quien puedan sus cuitas llorar y que
la llaga interior más empece. Pues en estos extremos, en que estoy perplejo, lo
más sano es entrar y sufrirle y consolarle. Porque, si posible es sanar sin
arte ni aparejo, más ligero es guarescer por arte y por cura.
CALISTO.- Sempronio.
SEMPRONIO.- Señor.
CALISTO.- Dame acá el laúd.
SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.
CALISTO.- ¿Cual dolor puede ser
tal que se iguale con mi mal?
SEMPRONIO.- Destemplado está ese
laúd.
CALISTO.- ¿Cómo templará el
destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquél que consigo está tan discorde?
¿Aquél en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quién tiene dentro del pecho
aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas,
todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste canción, que sepas.
SEMPRONIO.- Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía: gritos dan niños y viejos y él de nada se dolía.
CALISTO.- Mayor es mi fuego y
menor la piedad de quien ahora digo.
SEMPRONIO.- No me engaño yo, que
loco está este mi amo.
CALISTO.- ¿Qué estás murmurando,
Sempronio?
SEMPRONIO.- No digo nada.
CALISTO.- Di lo que dices, no
temas.
SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede
ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal ciudad y tanta
multitud de gente?
CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré.
Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y mayor la
que mata un ánima que la que quema cien mil cuerpos. Como de la apariencia a la
existencia, como de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia
hay del fuego que dices al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es
tal, mas querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales que por
medio de aquél ir a la gloria de los santos.
SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo!
¡A más ha de ir este hecho! No basta loco, sino hereje.
CALISTO.- ¿No te digo que hables
alto, cuando hablares? ¿Qué dices?
SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios
quiera tal; que es especie de herejía lo que ahora dijiste.
CALISTO.- ¿Por qué?
SEMPRONIO.- Porque lo que dices
contradice la cristiana religión.
CALISTO.- ¿Qué a mí?
SEMPRONIO.- ¿Tú no eres
cristiano?
CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a
Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.
SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como
Melibea es grande no cabe en el corazón de mi amo, que por la boca le sale a
borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie cojeas. Yo te sanaré.
CALISTO.- Increíble cosa
prometes.
SEMPRONIO.- Antes fácil. Que el
comienzo de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo.
CALISTO.- ¿Cuál consejo puede
regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?
SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha!
¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congojas?
¡Como si solamente el amor contra
él asestara sus tiros! ¡Oh soberano Dios, cuán altos son tus misterios! ¡Cuánta
premia pusiste en el amor, que es necesaria turbación en el amante! Su límite pusiste
por maravilla. Parece al amante que atrás queda. Todos pasan, todos rompen,
pungidos y esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras.
Mandaste al hombre por la mujer dejar el padre y la madre; ahora no sólo
aquello, mas a ti y a tu ley desamparan, como
ahora Calisto. Del cual no me maravillo, pues los sabios, los santos,
los profetas por él te olvidaron.
CALISTO.- Sempronio.
SEMPRONIO.- Señor.
CALISTO.- No me dejes.
SEMPRONIO.- De otro temple está
esta gaita.
CALISTO.- ¿Qué te parece de mi
mal?
SEMPRONIO.- Que amas a Melibea.
CALISTO.- ¿Y no otra cosa?
SEMPRONIO.- Harto mal es tener la
voluntad en un solo lugar cautiva.
CALISTO.- Poco sabes de firmeza.
SEMPRONIO.- La perseverancia en
el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra.
Vosotros los filósofos de Cupido llamadla como quisiereis.
CALISTO.- Torpe cosa es mentir el
que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.
SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien
digo y no lo que mal hago.
CALISTO.- ¿Qué me repruebas?
SEMPRONIO.- Que sometes la
dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CALISTO.- ¿Mujer? ¡Oh grosero!
¡Dios, Dios!ç
SEMPRONIO.- ¿Y así lo crees? ¿O
burlas?
CALISTO.- ¿Qué burlo? Por Dios la
creo, por Dios la confieso y no creo que hay otro soberano en el cielo; aunque
entre nosotros mora.
SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha!
¿Oístes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?
CALISTO.- ¿De qué te ríes?
SEMPRONIO.- Ríome que no pensaba
que había peor invención de pecado que en Sodoma.
CALISTO.- ¿Cómo?
SEMPRONIO.- Porque aquellos
procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el que
confiesas ser Dios.
CALISTO.- ¡Maldito seas!, que
hecho me has reír, lo que no pensé hogaño.
SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu
vida habías de llorar?
CALISTO.- Sí.
SEMPRONIO.- ¿Por qué?
CALISTO.- Porque amo a aquélla
ante quien tan indigno me hallo que no la espero alcanzar.
SEMPRONIO.- ¡Oh pusilánimo! ¡Oh
hideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alejandro, los cuales no solo del señorío del
mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!
CALISTO.- No te oí bien eso que
dijiste. Torna, dilo, no procedas.
SEMPRONIO.- Dije que tú, que
tienes mas corazón que Nembrot ni Alejandro, desesperas de alcanzar una mujer,
muchas de las cuales en grandes estados constituidas se sometieron a los pechos
y resollos de viles acemileros y otras a brutos animales. ¿No has leído de
Pasifé con el toro, de Minerva con el can?
CALISTO.- No lo creo; hablillas
son.
SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con
el simio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.
CALISTO.- ¡Maldito sea este
necio! ¡Y qué porradas dice!
SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los
historiales, estudia los filósofos, mira los poetas.
Llenos están los libros de sus
viles y malos ejemplos y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú,
las reputaron. Oye a Salomón do dice que las mujeres y el vino hacen a los
hombres renegar. Aconséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha al
Aristóteles, mira a Bernardo.
Gentiles, judíos, cristianos y
moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho y lo que de ellas dijere no
te acontezca error de tomarlo en común. Que muchas hubo y hay santas y
virtuosas y notables, cuya resplandeciente corona quita el general vituperio.
Pero de estas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus
cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo
lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño,
su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su
negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su
desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería, su golosina, su lujuria y
suciedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechicerías, sus embaimientos, sus
escarnios, su deslenguamiento, su desvergüenza, su alcahuetería? Considera,
¡qué sesito está debajo de aquellas grandes y delgadas tocas! ¡Qué pensamientos
so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes
ropas!
¡Qué imperfección, qué albañares
debajo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeza de
pecado, destrucción de paraíso. ¿No has rezado en la festividad de San Juan, do
dice: Las mujeres y el vino hacen los hombres renegar; do dice: Esta es la
mujer, antigua malicia que a Adán echó de los deleites de paraíso; ésta el
linaje humano metió en el infierno; a ésta menospreció Elías profeta &c.?
CALISTO.- Di pues, ese Adán, ese
Salomón, ese David, ese Aristóteles, ese Virgilio, esos que dices, ¿cómo se
sometieron a ellas? ¿Soy más que ellos?
SEMPRONIO.- A los que las
vencieron querría que remedases, que no a los que de ellas fueron vencidos.
Huye de sus engaños. ¿Sabes que hacen? Cosa que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor
comienzan el ofrecimiento que de sí quieren hacer. A los que meten por los
agujeros denuestan en la calle. Convidan, despiden, llaman, niegan, señalan
amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adivinen
lo que quieren. ¡Oh qué plaga! ¡Oh qué enojo! ¡Oh qué hastío es conferir con
ellas más de aquel breve tiempo que son aparejadas a deleite!
CALISTO.- ¡Ve! Mientras más me
dices y más inconvenientes me pones, más la quiero.
No sé qué es.
SEMPRONIO.- No es este juicio
para mozos, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben
administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.
CALISTO.- ¿Y tú qué sabes? ¿quién
te mostró esto?
SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas. Que
desde se descubren así pierden la vergüenza, que todo esto y aun más a los
hombres manifiestan. Ponte, pues, en la medida de honra, piensa ser más digno
de lo que te reputas. Que cierto, peor extremo es dejarse hombre caer de su
merecimiento que ponerse en más alto lugar que debe.
CALISTO.- Pues, ¿quién soy yo
para eso?
SEMPRONIO.- ¿Quién? Lo primero
eres hombre y de claro ingenio. Y más, a quien la natura dotó de los mejores
bienes que tuvo, conviene a saber, hermosura, gracia, grandeza de miembros,
fuerza, ligereza. Y allende de esto, fortuna medianamente partió contigo lo
suyo en tal cantidad que los bienes que tienes de dentro con los de fuera
resplandecen. Porque sin los bienes de fuera, de los cuales la fortuna es
señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienaventurado. Y más, a constelación
de todos eres amado.
CALISTO.- Pero no de Melibea. Y
en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se
aventaja Melibea. Mira la nobleza y antigüedad de su linaje, el grandísimo
patrimonio, el excelentísimo ingenio, las resplandecientes virtudes, la altitud
y inefable gracia, la soberana hermosura, de la cual te ruego me dejes hablar
un poco, porque haya algún refrigerio. Y lo que te dijere será de lo
descubierto; que, si de lo oculto yo hablarte supiera, no nos fuera necesario
altercar tan miserablemente estas razones. SEMPRONIO.- ¡Qué mentiras y qué
locuras dirá ahora este cautivo de mi amo!
CALISTO.- ¿Cómo es eso?
SEMPRONIO.- Dije que digas, que
muy gran placer habré de lo oír. ¡Así te medre Dios, como me será agradable ese
sermón!
CALISTO.- ¿Qué?
SEMPRONIO.- Que ¡así me medre
Dios, como me será gracioso de oír!
CALISTO.- Pues porque hayas
placer, yo lo figuraré por partes mucho por extenso.
SEMPRONIO.- ¡Duelos tenemos! Esto
es tras lo que yo andaba. De pasarse habrá ya esta importunidad.
CALISTO.- Comienzo por los
cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos
son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies;
después, crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha
más menester para convertir los hombres en piedras.
SEMPRONIO.- ¡Más en asnos!
CALISTO.- ¿Qué dices?
SEMPRONIO.- Dije que esos tales
no serían cerdas de asno.
CALISTO.- ¡Ved qué torpe y qué
comparación!
SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?
CALISTO.- Los ojos verdes,
rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas y alzadas; la nariz mediana;
la boca pequeña; los dientes menudos y blancos; los labios colorados y grosezuelos;
el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez y
forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el
hombre cuando las mira.
La tez lisa, lustrosa; el cuero
suyo oscurece la nieve; la color mezclada, cual ella la escogió para sí.
SEMPRONIO.- ¡En sus trece está
este necio!
CALISTO.- Las manos pequeñas en
mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las uñas en
ellos largas y coloradas, que parecen rubíes entre perlas. Aquella proporción,
que ver yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente
ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres diosas.
SEMPRONIO.- ¿Has dicho?
CALISTO.- Cuan brevemente pude.
SEMPRONIO.- Puesto que sea todo
eso verdad, por ser tú hombre eres más digno.
CALISTO.- ¿En qué?
SEMPRONIO.- En que ella es
imperfecta, por el cual defecto desea y apetece a ti y a otro menor que tú. ¿No
has leído el filósofo, do dice: Así como la materia apetece a la forma, así la mujer
al varón?
CALISTO.- ¡Oh triste, y cuando
veré yo eso entre mí y Melibea!
SEMPRONIO.- Posible es. Y que la
aborrezcas cuanto ahora la amas podrá ser alcanzándola y viéndola con otros
ojos, libres del engaño en que ahora estás.
CALISTO.- ¿Con qué ojos?
SEMPRONIO. Con ojos claros.
CALISTO.- Y ahora, ¿con qué la
veo?
SEMPRONIO.- Con anteojos de
aumento, con que lo poco parece mucho y lo pequeño grande. Y porque no te
desesperes, yo quiero tomar esta empresa de cumplir tu deseo.
CALISTO.- ¡Oh! ¡Dios te dé lo que
deseas! ¡Qué glorioso me es oírte; aunque no espero que lo has de hacer!
SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto.
CALISTO.- Dios te consuele. El
jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vístetele tú.
SEMPRONIO.- Prospérete Dios por
este y por muchos más que me darás. De la burla yo me llevo lo mejor. Con todo,
si de estos aguijones me da, traérsela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Hácelo
esto que me dio mi amo; que, sin merced, imposible es obrarse bien ninguna
cosa.
CALISTO.- No seas ahora
negligente.
SEMPRONIO.- No lo seas tú, que
imposible es hacer siervo diligente el amo perezoso.
CALISTO.- ¿Cómo has pensado de
hacer esta piedad?
SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días
ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda que se dice
Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan
de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta
ciudad.
A las duras peñas promoverá y
provocará a lujuria, si quiere.
CALISTO.- ¿Podríala yo hablar?
SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta
acá. Por eso, aparéjate, sele gracioso, sele franco.
Estudia, mientras voy yo, de le
decir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.
CALISTO.- ¿Y tardas?
SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios
contigo.
CALISTO.- Y contigo vaya. ¡Oh
todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos y los reyes
orientales por la estrella precedente a Belén trajiste y en su patria los redujiste,
humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que convierta mi pena y
tristeza en gozo y yo indigno merezca venir en el deseado fin.
* * *
CELESTINA.- ¡Albricias!,
¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!
ELICIA.- ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!
CELESTINA.- ¿Por qué?
ELICIA.- Porque está aquí Crito.
CELESTINA.- ¡Mételo en la
camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo y mi familiar.
ELICIA.- Crito, retráete ahí. Mi
primo viene. ¡Perdida soy!
CRITO.- Pláceme. No te acongojes.
SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué
deseo traigo! ¡Gracias a Dios, que te me dejó ver!
CELESTINA.- ¡Hijo mío!, ¡rey
mío!, turbado me has. No te puedo hablar. Torna y dame otro abrazo. ¿Y tres
días pudiste estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!
ELICIA.- ¿A quién, madre?
CELESTINA.- A Sempronio.
ELICIA.- ¡Ay triste! ¡Qué saltos
me da el corazón! ¿Es qué es de él?
CELESTINA.- Vesle aquí, vesle. Yo
me le abrazaré; que no tú.
ELICIA.- ¡Ay! ¡Maldito seas,
traidor! Postema y landre te mate y a manos de tus enemigos mueras y por
crímenes dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!
SEMPRONIO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi! ¿Qué
has, mi Elicia? ¿De qué te acongojas?
ELICIA.- Tres días ha que no me
ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Ay de la triste,
que en ti tiene su esperanza y el fin de todo su bien!
SEMPRONIO.- ¡Calla, señora mía!
¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable
amor, el fuego, que está en mi corazón? Do yo voy, conmigo vas, conmigo estás.
No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué pasos
suenan arriba?
ELICIA.- ¿Quién? Un mi enamorado.
SEMPRONIO.- Pues créolo.
ELICIA.- ¡A la fe!, verdad es.
Sube allá y verle has.
SEMPRONIO.- Voy.
CELESTINA.- ¡Anda acá! Deja esa
loca, que ella es liviana y, turbada de tu ausencia, sácasla ahora de seso.
Dirá mil locuras. Ven y hablemos. No dejemos pasar el tiempo en balde.
SEMPRONIO.- Pues, ¿quién está
arriba?
CELESTINA.- ¿Quiéreslo saber?
SEMPRONIO.- Quiero.
CELESTINA.- Una moza que me
encomendó un fraile.
SEMPRONIO.- ¿Qué fraile?
CELESTINA.- No lo procures.
SEMPRONIO.- Por mi vida, madre,
¿qué fraile?
CELESTINA.- ¿Porfías? El
ministro, el gordo.
SEMPRONIO.- ¡Oh desaventurada y
qué carga espera!
CELESTINA.- Todo lo llevamos.
Pocas mataduras has tú visto en la barriga.
SEMPRONIO.- Mataduras no; mas
hinchazones sí.
CELESTINA.- ¡Ay burlador!
SEMPRONIO.- Deja si soy burlador;
muéstramela.
ELICIA.- ¡Ah don malvado! ¿Verla quieres? ¡Los
ojos se te salten!, que no basta a ti una ni otra. ¡Anda!, vela y deja a mí
para siempre.
SEMPRONIO.- ¡Calla, Dios mío! ¿Y
enójaste? Que ni la quiero ver a ella ni a mujer nacida. A mi madre quiero
hablar y quédate adiós.
ELICIA.- ¡Anda, anda!, ¡vete,
desconocido!, y está otros tres años que no me vuelvas a ver!
SEMPRONIO.- Madre mía, bien
tendrás confianza y creerás que no te burlo. Torna el
manto y vamos, que por el camino
sabrás lo que, si aquí me tardase en decirte, impediría tu provecho y el mío.
CELESTINA.- Vamos. Elicia,
quédate adiós, cierra la puerta. ¡Adiós paredes!
* * *
SEMPRONIO.- ¡Oh madre mía! Todas
cosas dejadas aparte, solamente está atenta y imagina en lo que te dijere y no
derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diversos lugares
le pone, en ninguno le tiene si no por caso determina lo cierto. Y quiero que sepas
de mí lo que no has oído y es que jamás pude, después que mi fe contigo puse,
desear bien de que no te cupiese parte.
CELESTINA.- Parta Dios, hijo, de
lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad de esta
pecadora de vieja. Pero di, no te detengas. Que la amistad que entre ti y mí se
afirma, no ha menester preámbulos ni corolarios ni aparejos para ganar
voluntad.
Abrevia y ven al hecho, que
vanamente se dice por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.
SEMPRONIO.- Así es. Calisto arde
en amores de Melibea. De ti y de mí tiene necesidad.
Pues juntos nos ha menester,
juntos nos aprovechemos. Que conocer el tiempo y usar el hombre
de la oportunidad hace los
hombres prósperos.
CELESTINA.- Bien has dicho, al
cabo estoy. Basta para mí mecer el ojo. Digo que me alegro de estas nuevas como
los cirujanos de los descalabrados. Y como aquellos dañan en los principios las
llagas y encarecen el prometimiento de la salud, así entiendo yo hacer a
Calisto.
Alargarle he la certeza del
remedio, porque, como dicen, la esperanza luenga aflige el corazón y, cuanto él
la perdiere, tanto se la promete. ¡Bien me entiendes!
SEMPRONIO.- Callemos, que a la
puerta estamos y, como dicen, las paredes han oídos.
CELESTINA.- Llama.
SEMPRONIO.- Ta, ta, ta.
* * *
CALISTO.- Pármeno.
PÁRMENO.- Señor.
CALISTO.- ¿No oyes, maldito
sordo?
PÁRMENO.- ¿Qué es, señor?
CALISTO.- A la puerta llaman;
corre.
PÁRMENO.- ¿Quién es?
SEMPRONIO.- Abre a mí y a esta
dueña.
PÁRMENO.- Señor, Sempronio y una
puta vieja alcoholada daban aquellas porradas.
CALISTO.- Calla, calla, malvado,
que es mi tía. Corre, corre, abre. Siempre lo vi, que por huir hombre de un
peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este hecho de Pármeno, a quien amor
o fidelidad o temor pusieran freno, cae en indignación de ésta, que no tiene
menor poderío en mi vida que Dios.
PÁRMENO.- ¿Por qué, señor, te
matas? ¿Por qué, señor, te acongojas? ¿Y tú piensas que es vituperio en las
orejas de ésta el nombre que la llamé? No lo creas; que así se glorifica en le oír,
como tú, cuando dicen: ¡diestro caballero es Calisto! Y demás de esto, es
nombrada y por tal título conocida. Si entre cien mujeres va y alguno dice:
¡puta vieja!, sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre
cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en las cofradías, en los
mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella pasan tiempo. Si pasa
por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca de las aves, otra cosa
no cantan; si cerca de los ganados, balando lo pregonan; si cerca de las
bestias, rebuznando dicen: ¡puta vieja!
Las ranas de los charcos otra
cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus martillos.
Carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de
instrumento forma en el aire su nombre. Cántanla los carpinteros, péinanla los
peinadores, tejedores.
Labradores en las huertas, en las
aradas, en las viñas, en las segadas con ella pasan el afán cotidiano. Al
perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas que son, a do
quiera que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh qué comedor de huevos
asados era su marido! ¿Qué quieres más, sino, si una piedra toca con otra,
luego suena ¡puta vieja!?
CALISTO.- Y tú ¿cómo lo sabes y
la conoces?
PÁRMENO.- Saberlo has. Días grandes
son pasados que mi madre, mujer pobre, moraba en su vecindad, la cual, rogada
por esta Celestina, me dio a ella por sirviente; aunque ella no me conoce, por
lo poco que la serví y por la mudanza que la edad ha hecho.
CALISTO.- ¿De qué la servías?
PÁRMENO.- Señor, iba a la plaza y
traíale de comer y acompañábala; suplía en aquellos menesteres que mi tierna
fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva
memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de
la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada,
medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios, conviene
saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos,
alcahueta y un poquito hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros,
so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a
labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin
torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a
sus amas hurtar. Y aun otros hurtillos de más calidad allí se encubrían. Asaz
era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía ella
aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo
de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más: que por medio de
aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a ejecución su
propósito. Y aquestas en tiempo honesto, como estaciones, procesiones de noche,
misas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones. Muchas encubiertas
vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalzos, contritos y rebozados,
desatacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas,
traía!
Hacíase física de niños, tomaba
estambre de unas casas, dábalo a hilar en otras, por achaque de
entrar en todas. Las unas: ¡madre
acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos
muy conocida. Con todos esos afanes, nunca pasaba sin misa ni vísperas ni dejaba
monasterios de frailes ni de monjas. Esto porque allí hacía ella sus aleluyas y
conciertos.
Y en su casa hacía perfumes,
falsaba estoraques, mejuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles,
mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos
de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía
solimán, afeite cocido, argentadas,
bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimentes,
albaliños y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de
espantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, de estiladas y
azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbino, con
tuétano de corzo y de garza, y otras confecciones. Sacaba agua para oler, de
rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselva y clavellinas, mosquetas
y almizcladas, polvorizadas, con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos,
de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y milifolía y
otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de
vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de
garza y de alcaraván y de gamo y de gato montés y de tejón, de ardilla, de erizo,
de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla, de las hierbas y raíces
que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos,
culantrillo, coronillas, flor de sauco y de mostaza, espliego y laurel blanco,
tortarrosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hoja tinta.
Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de
jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones,
de granillo, de azufaifas, de neguilla, de altramuces, de arvejas y de carillas
y de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que
guardaba para aquel rascuño que tiene por las narices.
Esto de los virgos, unos hacía de
vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada,
unas agujas delgadas de pellejeros y hilos de seda encerados y colgadas allí raíces
de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto
maravillas; que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió
por virgen una criada que tenía.
CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!
PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! Y
remediaba por caridad muchas huérfanas y cerradas, que se encomendaban a ella.
Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien.
Tenía huesos de corazón de
ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de
caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de
yedra, espina de erizo, pie de tejo, granos de helecho, la piedra del nido del
águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos
demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a
otros, pintaba en la palma letras con azafrán; a otros, con bermellón; a otros,
daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas y otras cosas en barro
y en plomo hechas, muy espantables al
ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que
esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira.
CALISTO.- Bien está, Pármeno.
Déjalo para más oportunidad. Asaz soy de ti avisado.
Téngotelo en gracia. No nos
detengamos, que la necesidad desecha la tardanza. Oye. Aquella viene rogada.
Espera más que debe. Vamos, no se indigne. Yo temo y el temor reduce la memoria
y a la providencia despierta. ¡Sus! Vamos, proveamos. Pero ruégote, Pármeno, la
envidia de Sempronio, que en esto me sirve y complace no ponga impedimento en
el remedio de mi vida. Que, si para él hubo jubón, para ti no faltará sayo. Ni
pienses que tengo en menos tu consejo y aviso que su trabajo y obra: como lo
espiritual sepa yo que precede a lo corporal y que, puesto que las bestias
corporalmente trabajen más que los hombres, por eso son pensadas y curadas,
pero no amigas de ellos. En la tal diferencia serás conmigo, en respecto de
Sempronio.
Y so secreto sello, pospuesto el
dominio, por tal amigo a ti me conceo.
PÁRMENO.- Quéjome, señor, de la
duda de mi fidelidad y servicio, por los prometimientos y amonestaciones tuyas.
¿Cuándo me viste, señor, envidiar o por ningún interés ni resabio tu provecho
torcer?
CALISTO.- No te escandalices. Que
sin duda tus costumbres y gentil crianza en mis ojos ante todos los que me
sirven están. Mas como en caso tan arduo, do todo mi bien y vida pende, es
necesario proveer, proveo a los acontecimientos. Como quiera que creo que tus
buenas costumbres sobre buen natural florecen, como el buen natural sea
principio del artificio. Y no más; sino vamos a ver la salud.
* * *
CELESTINA.- Pasos oigo. Acá
descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha y déjame hablar lo que a ti
y a mí me conviene.
SEMPRONIO.- Habla.
CELESTINA.- No me acongojes ni me
importunes, que sobrecargar el cuidado es aguijar al animal congojoso. Así
sientes la pena de tu amo Calisto que parece que tú eres él y él tú y que los
tormentos son en un mismo sujeto. Pues cree que yo no vine acá por dejar este
pleito indeciso o morir en la demanda.
CALISTO.- Pármeno, detente. ¡Ce!
Escucha qué hablan éstos. Veamos en qué vivimos.
¡Oh notable mujer! ¡Oh bienes
mundanos, indignos de ser poseídos de tan alto corazón! ¡Oh fiel
y verdadero Sempronio! ¿Has
visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dices, rincón de mi secreto y
consejo del alma mía?
PÁRMENO.- Protestando mi
inocencia en la primera sospecha y cumpliendo con la fidelidad, porque te me
concediste, hablaré. Óyeme y el afecto no te ensorde ni la esperanza del deleite te ciegue. Tiémplate y no te
apresures: que muchos con codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Aunque
soy mozo, cosas he visto asaz y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran
la experiencia. De verte o de oírte descender por la escalera, parlan lo que
estos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu
deseo.
SEMPRONIO.- Celestina, ruinmente
suena lo que Pármeno dice.
CELESTINA.- Calla, que para la mi
santiguada do vino el asno vendrá el albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te le
haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no
son comunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos.
Yo te le traeré manso y benigno a
picar el pan en el puño y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohíno.
* * *
CALISTO.- Sempronio.
SEMPRONIO.- Señor.
CELESTINA.- Sempronio, ¡de
aquellas vivo yo! ¡Los huesos que yo doy piensa este necio de tu amo de darme a
comer! Pues nada le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca
CALISTO.- ¿Qué haces, llave de mi
vida? Abre. ¡Oh Pármeno!, ya la veo: sano soy, vivo soy! ¿Miras qué reverenda
persona, qué acatamiento? Por la mayor parte, por la fisonomía es conocida la
virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud envejecida!. ¡Oh gloriosa
esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperanza! ¡Oh salud de mi
pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida,
resurrección de mi muerte! Deseo llegar a ti, codicio besar esas manos llenas
de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Desde aquí adoro la tierra
que huellas y en reverencia tuya beso.
CELESTINA.- Sempronio, ¡de
aquellas vivo yo! ¡Los huesos que yo doy piensa este necio Page de tu amo de
darme a comer! Pues nada le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience
abrir la bolsa: que de las obras dudo, cuanto más de las palabras. So, que te
estriego, asna coja. Más habías de madrugar.
PÁRMENO.- ¡Ay de orejas, que tal
oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡Oh Calisto desventurado, abatido,
ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua y puta tierra que fregaron
sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es: no es
capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo.
CALISTO.- ¿Qué decía la madre?
Paréceme que pensaba que le ofrecía palabras por excusar galardón.
SEMPRONIO.- Así lo sentí.
CALISTO. Pues ven conmigo: trae
las llaves, que yo sanaré su duda.
SEMPRONIO.- Bien harás y luego
vamos. Que no se debe dejar crecer la hierba entre los panes ni la sospecha en
los corazones de los amigos; sino limpiarla luego con el escardilla de las buenas
obras.
CALISTO.- Astuto hablas. Vamos y
no tardemos.
CELESTINA.- Pláceme, Pármeno, que
habemos habido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo y la parte que
en mi inmérito tienes. Y digo inmérito por lo que te he oído decir, de que no
hago caso. Porque virtud nos amonesta sufrir las tentaciones y no dar mal por mal;
y especial, cuando somos tentados por mozos y no bien instruidos en lo mundano,
en que con necia lealtad pierdan a sí y a sus amos, como ahora tú a Calisto.
Bien te oí y no pienses que el oír con los otros exteriores sesos mi vejez haya
perdido. Que no sólo lo que veo, oigo y conozco; mas aun lo intrínseco con los
intelectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor
quejoso. Y no lo juzgues por eso por flaco, que el amor todas las cosas vence.
Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es
forzoso el hombre amar a la mujer y la mujer al hombre. La segunda, que el que
verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano
deleite, que por el hacedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los
hombres perpetuase, sin lo cual perecería. Y no sólo en la humana especie; mas
en los peces, en las bestias, en las aves, en las reptilias y en lo vegetativo,
algunas plantas han este respeto, si sin interposición de otra cosa en poca
distancia de tierra están puestas, en que hay so determinación de herbolarios y
agricultores, ser machos y hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciezuelo,
loquito, angelico, perlica, simplecico! ¿Lobitos en tal gestico? Llégate acá, putico, que no sabes
nada del mundo ni de sus deleites. ¡Mas rabia mala me mate si te llego a mí,
aunque vieja! Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla
debes tener la punta de la barriga.
PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!
CELESTINA.- Y aun peor: que la
otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses.
PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!
CELESTINA.- ¿Ríeste, landrecilla,
hijo?
PÁRMENO.- Calla, madre, no me
culpes ni me tengas, aunque mozo, por insipiente. Amo a Calisto, porque le debo
fidelidad, por crianza, por beneficios, por ser de él honrado y bien tratado,
que es la mayor cadena, que el amor del servidor al servicio del señor prende,
cuanto lo contrario aparta. Véole perdido y no hay cosa peor que ir tras deseo
sin esperanza de buen fin; y especial, pensando remediar su hecho tan arduo y
difícil con vanos consejos y necias razones de aquel bruto Sempronio, que es
pensar sacar aradores a pala y azadón. No lo puedo sufrir. ¡Dígolo y lloro!
CELESTINA.- ¿Pármeno, tú no ves
que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?
PÁRMENO.- Por eso lloro. Que, si
con llorar fuese posible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el placer
de la tal esperanza que de gozo no podría llorar; pero así, perdida ya toda la
esperanza, pierdo el alegría y lloro.
CELESTINA.- Llorarás sin provecho
por lo que llorando estorbar no podrás ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha
acontecido esto, Pármeno?
PÁRMENO.- Sí; pero a mi amo no le
querría doliente.
CELESTINA.- No lo es; mas aunque
fuese doliente, podría sanar.
PÁRMENO.- No curo de lo que
dices, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia y en los males
mejor la potencia que el acto. Así que mejor es ser sano que poderlo ser y
mejor es poder ser doliente que ser enfermo por acto y, por tanto, es mejor
tener la potencia en el mal que el acto.
CELESTINA.- ¡Oh malvado! ¡Cómo,
que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta
ahora? ¿De qué te quejas? Pues burla o di por verdad lo falso y cree lo que quisieres: que él es enfermo por
acto y el poder ser sano es en mano de esta flaca vieja.
PÁRMENO.- ¡Mas, de esta flaca
puta vieja!
CELESTINA.- ¡Putos días vivas,
bellaquillo!, y ¡cómo te atreves...!
PÁRMENO.- ¡Como te conozco...!
CELESTINA.- ¿Quién eres tú?
PÁRMENO.- ¿Quién? Pármeno, hijo
de Alberto tu compadre, que estuve contigo un mes, que te me dio mi madre, cuando
morabas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.
CELESTINA.- ¡Jesús, Jesús, Jesús!
¿Y tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?
PÁRMENO.- ¡A la fe, yo!
CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te
queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno?
¡Él es, él es, por los santos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mil azotes y
puñadas te di en este mundo y otros tantos besos. ¿Acuérdaste, cuando dormías a
mis pies, loquito?
PÁRMENO.- Sí, en buena fe. Y
algunas veces, aunque era niño, me subías a la cabecera y me apretabas contigo
y, porque olías a vieja, me huía de ti.
CELESTINA.- ¡Mala landre te mate!
¡Y cómo lo dice el desvergonzado! Dejadas burlas y pasatiempos, oye ahora, mi
hijo, y escucha. Que, aunque a un fin soy llamada, a otro soy venida y aunque
contigo me haya hecho de nuevas, tú eres la causa. Hijo, bien sabes cómo tu
madre, que Dios haya, te me dio viviendo tu padre. El cual, como de mí te
fuiste, con otra ansia no murió, sino con la incertidumbre de tu vida y
persona. Por la cual ausencia algunos años de su vejez sufrió angustiosa y
cuidosa vida. Y al tiempo que de ella pasó, envió por mí y en su secreto te me
encargó y me dijo sin otro testigo sino aquél que es testigo de todas las obras
y pensamientos y los corazones y entrañas escudriña, al cual puso entre él y
mí, que te buscase y allegase y abrigase y, cuando de cumplida edad fueses, tal
que en tu vivir supieses tener manera y forma, te descubriese adonde dejó
encerrada tal copia de oro y plata que basta más que la renta de tu amo
Calisto. Y porque se lo prometí y con mi promesa llevó descanso y la fe es de
guardar, más que a los vivos, a los muertos, que no pueden hacer por sí, en
pesquisa y seguimiento tuyo yo he gastado asaz tiempo y cuantías, hasta ahora,
que ha placido aquél que todos los cuidados tiene y remedia las justas
peticiones y las piadosas obras endereza que te hallase aquí, donde solos ha tres días que sé que moras. Sin duda,
dolor he sentido, porque has por tantas partes vagado y peregrinado, que ni has
habido provecho ni ganado deudo ni amistad. Que, como Séneca nos dice, los
peregrinos tienen muchas posadas y pocas amistades, porque en breve tiempo con
ninguno no pueden firmar amistad. Y el que está en muchos cabos, está en
ninguno. Ni puede aprovechar el manjar a los cuerpos que en comiendo se lanza,
ni hay cosa que más la sanidad impida que la diversidad y mudanza y variación
de los manjares. Y nunca la llaga viene a cicatrizar, en la cual muchas
medicinas se tientan. Ni convalece la planta, que muchas veces es traspuesta.
Ni hay cosa tan provechosa que en llegando aproveche. Por tanto, mi hijo, deja
los ímpetus de la juventud y tórnate con la doctrina de tus mayores a la razón.
Reposa en alguna parte. ¿Y dónde mejor que en mi voluntad, en mi ánimo, en mi
consejo, a quien tus padres te remetieron? Y yo, así como verdadera madre tuya,
te digo, so las maldiciones que tus padres te pusieron, si me fueses
inobediente, que por el presente sufras y sirvas a este tu amo, que procuraste,
hasta en ello haber otro consejo mío. Pero no con necia lealtad, proponiendo
firmeza sobre lo movible, como son estos señores de este tiempo. Y tú gana
amigos, que es cosa durable. Ten con ellos constancia. No vivas en flores. Deja
los vanos prometimientos de los señores, los cuales desechan la sustancia de
sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos. Como la sanguijuela saca la
sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Ay de
quien en palacio envejece! Como se escribe de la probática piscina, que de
ciento que entraban, sanaba uno. Estos señores de este tiempo más aman a sí que
a los suyos. Y no yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las
mercedes, las magnificencias, los actos nobles. Cada uno de estos cativa y
mezquinamente procuran su interés con los suyos. Pues aquellos no deben menos
hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley. Dígolo, hijo
Pármeno, porque este tu amo, como dicen, me parece rompenecios: de todos se
quiere servir sin merced. Mira bien, créeme. En su casa cobra amigos, que es el
mayor precio mundano. Que con él no pienses tener amistad, como por la
diferencia de los estados o condiciones pocas veces acontezca. Caso es
ofrecido, como sabes, en que todos medremos y tú por el presente te remedies.
Que todo lo que te he dicho, guardado te está a su tiempo. Y mucho te
aprovecharás siendo amigo de Sempronio.
PÁRMENO.- Celestina, todo tremo
en oírte. No sé qué haga, perplejo estoy. Por una parte, téngote por madre; por
otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo alto,
más pronto cae que subió. No querría bienes mal ganados.
CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a
derecho, nuestra casa hasta el techo.
PÁRMENO.- Pues yo con ellos no
viviría contento y tengo por honesta cosa la pobreza alegre. Y aun más te digo,
que no los que poco tienen son pobres; mas los que mucho desean. Y por esto,
aunque más digas, no te creo en esta parte. Querría pasar la vida sin envidia;
los yermos y aspereza, sin temor; el sueño, sin sobresalto; las injurias, con
respuesta; las fuerzas, sin denuesto; las premias, con resistencia.
CELESTINA.- ¡Oh hijo!, bien dicen
que la prudencia no puede ser sino en los viejos y tú mucho eres mozo.
PÁRMENO.- Mucho segura es la
mansa pobreza.
CELESTINA.- Mas di, como mayor,
que la fortuna ayuda a los osados. Y demás de esto, ¿quién es, que tenga bienes
en la república, que escoja vivir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes.
¿Y no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu
privanza con este señor te hace seguro; que cuanto mayor es la fortuna, tanto
es menos segura. Y por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. ¿Y
a dónde puedes ganar mejor esta deuda que donde las tres maneras de amistad
concurren, conviene a saber, por bien y provecho y deleite? Por bien: mira la
voluntad de Sempronio conforme a la tuya y la gran similitud que tú y él en la
virtud tenéis. Por provecho: en la mano está, si sois concordes. Por deleite:
semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de placer, en que
más los mozos que los viejos se juntan, así como para jugar, para vestir, para
burlar, para comer y beber, para negociar amores, juntos de compañía. ¡Oh si
quisieses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de
Areúsa.
PÁRMENO.- ¿De Areúsa?
CELESTINA.- De Areúsa.
PÁRMENO.- ¿De Areúsa, hija de
Eliso?
CELESTINA.- De Areúsa, hija de
Eliso.
PÁRMENO.- ¿Cierto?
CELESTINA.- Cierto.
PÁRMENO.- Maravillosa cosa es.
CELESTINA.- ¿Pero bien te parece?
PÁRMENO.- No cosa mejor.
CELESTINA.- Pues tu buena dicha
quiere, aquí está quién te la dará.
PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a
nadie.
CELESTINA.- Extremo es creer a
todos y yerro no creer a ninguno.
PÁRMENO.- Digo que te creo; pero
no me atrevo: déjame.
CELESTINA.- ¡Oh mezquino! De
enfermo corazón es no poder sufrir el bien. Da Dios habas a quien no tiene quijadas. ¡Oh simple!
Dirás que a donde hay mayor entendimiento hay menor fortuna y donde más
discreción allí es menor la fortuna. Dichos son.
PÁRMENO.- ¡Oh Celestina! Oído he
a mis mayores que un ejemplo de lujuria o avaricia mucho mal hace y que con
aquellos debe hombre conversar, que le hagan mejor y aquellos dejar a quien él
mejores piensa hacer. Y Sempronio, en su ejemplo, no me hará mejor ni yo a él
sanaré su vicio. Y puesto que yo a lo que dices me incline, sólo yo querría
saberlo: porque a lo menos por el ejemplo fuese oculto el pecado. Y, si hombre
vencido del deleite va contra la virtud, no se atreva a la honestidad.
CELESTINA.- Sin prudencia hablas,
que de ninguna cosa es alegre posesión sin compañía.
No te retraigas ni amargues, que
la natura huye lo triste y apetece lo delectable. El deleite es con los amigos
en las cosas sensuales y especial en recontar las cosas de amores y
comunicarlas: esto hice, esto otro me dijo, tal donaire pasamos, de tal manera
la tomé, así la besé, así me mordió, así
la abracé, así se allegó. ¡Oh qué
habla!, ¡oh qué gracia!, ¡oh qué juegos!, ¡oh qué besos! Vamos allá, volvamos
acá, ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, invenciones, justemos,
qué cimera sacaremos o qué letra. Ya va a la misa, mañana saldrá, rondemos su
calle, mira su carta, vamos de noche, tenme el escala, aguarda a la puerta.
¿Cómo te fue? Cata el cornudo: sola la deja. Dale otra vuelta, tornemos allá. Y
para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? A la fe, a la fe: la que las
sabe las tañe. Este es el deleite; que lo demás, mejor lo hacen los asnos en el
prado.
PÁRMENO.- No querría, madre, me
convidases a consejo con amonestación de deleite, como hicieron los que,
careciendo de razonable fundamento, opinando hicieron sectas envueltas en dulce
veneno para captar y tomar las voluntades de los flacos y con polvos de sabroso
afecto cegaron los ojos de la razón.
CELESTINA.- ¿Qué es razón, loco?,
¿qué es afecto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina y de la
discreción mayor es la prudencia y la prudencia no puede ser sin experimento y
la experiencia no puede ser más que en los viejos y los ancianos somos llamados
padres y los buenos padres bien aconsejan a sus hijos y especial yo a ti, cuya
vida y honra más que la mía deseo. ¿Y cuándo me pagarás tú esto? Nunca, pues a
los padres y a los maestros no puede ser hecho servicio igualmente.
PÁRMENO.- Todo me recelo, madre,
de recibir dudoso consejo.
CELESTINA.- ¿No quieres? Pues
decirte he lo que dice el sabio: Al varón, que con dura cerviz al que le
castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le conseguirá.
Y así, Pármeno, me despido de ti y de este negocio.
PÁRMENO.- (Ensañada está mi
madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer y culpa creerlo todo. Mas
humano es confiar, mayormente en ésta que interés promete, a donde provecho nos
puede allende de amor conseguir. Oído he que debe hombre a sus mayores creer.
Esta ¿qué me aconseja? Paz con
Sempronio. La paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, que
hijos de Dios serán llamados. Amor no se debe rehuir. Caridad a los hermanos, interés
pocos le apartan. Pues quiérola complacer y oír.) Madre, no se debe ensañar el
maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras veces por la ciencia, que es
de su natural comunicable y en pocos lugares se podría infundir. Por eso
perdóname, háblame, que no sólo quiero oírte y creerte; mas en singular merced
recibir tu consejo. Y no me lo agradezcas, pues el loor y las gracias de la acción,
más al dante que no al recibiente se deben dar. Por eso, manda, que a tu
mandado mi consentimiento se humilla.
CELESTINA.- De los hombres es
errar y bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que hayas limpiado las
turbias telas de tus ojos y respondido al reconocimiento, discreción y ingenio sutil
de tu padre, cuya persona, ahora representada en mi memoria, enternece los ojos
piadosos, por donde tan abundantes lágrimas ves derramar. Algunas veces duros
propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaba a lo cierto. En Dios y en mi
ánima, que en ver ahora lo que has porfiado y cómo a la verdad eres reducido,
no parece sino que vivo le tengo delante. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! ¡Oh
qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo
Sempronio con quien tu conformidad para más oportunidad dejo. Que dos en un corazón
viviendo son más poderosos de hacer y de entender.
CALISTO.- Duda traigo, madre,
según mis infortunios, de hallarte viva. Pero más es maravilla, según el deseo
de cómo llego vivo. Recibe la dádiva pobre de aquél que con ella la vida te
ofrece.
CELESTINA.- Como en el oro muy
fino labrado por la mano del sutil artífice la obra sobrepuja a la materia, así
se aventaja a tu magnífico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y sin
duda la presta dádiva su efecto ha doblado, porque la que tarda, el prometimiento
muestra negar y arrepentirse del don prometido.
PÁRMENO.- ¿Qué le dio, Sempronio?
SEMPRONIO.- Cien monedas en oro.
PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!
SEMPRONIO.- ¿Habló contigo la
madre?
PÁRMENO.- Calla, que sí.
SEMPRONIO.- ¿Pues cómo estamos?
PÁRMENO.- Como quisieres; aunque
estoy espantado.
SEMPRONIO.- Pues calla, que yo te
haré espantar dos tanto.
PÁRMENO.- ¡Oh Dios! No hay
pestilencia más eficaz, que el enemigo de casa para empecer.
CALISTO.- Ve ahora, madre, y
consuela tu casa y después ven y consuela la mía.
CELESTINA.- Quede Dios contigo.
CALISTO.- Y él te me guarde.
ACTIVIDAD
En tu cuaderno de lectura consigna la respuesta a las siguientes preguntas:
1. haz una descripción de los personajes que intervienen en este primer acto.
2. ¿Cuáles son las cualidades de Celestina?
3. Lee estas palabras de Melibea a Calixto y di si hay que entenderlas en sentido literario o irónicamente: "Pues mayor galardón te daré yo si sigues así"
4. Celestina halaga astutamente a Pármeno. ¿Por qué crees que lo hace?
5. ¿Cómo y dónde se produce el primer encuentro entre Calixto y Melibea?
6. Melibea, ¿Acepta o Rechaza a Calixto?
7. ¿Cómo es Sempronio? ¿Qué piensa de las mujeres?
8. ¿Por qué Pármeno conoce a Celestina? ¿Confía en ella?
9. ¿Qué clase social pertenece cada uno de los personajes del primer acto?
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